Cuando Julio Popper izó las velas con rumbo al Atlántico Sur, poco sabía del futuro y nada de su destino pero sí que, como fuera y donde fuese, llegaría a buen término en todo lo que decidiera emprender. Venía de lugares y situaciones de difícil acceso, había recorrido China, Japón y Oriente en general. Además, había nacido en un lugar donde el racismo se había vuelto moneda corriente y le impedía desarrollarse aun como profesional, circunstancia que pudo comprobar cuando regresó a su Rumania natal y, ni siquiera enarbolando su título de ingeniero en minas recibido en París, consiguió empleo. Su padre, don Neftalí Popper, le aconsejó volver a emigrar porque a él mismo, como profesor de un colegio judío, le rehuían la mirada y la palabra. Emprendiendo su destino final de alma errante, Julio Popper volvió a embarcarse. Recorrió el Caribe, y luego se aventuró por el Atlántico. Estando en Brasil, llegaron a sus oídos comentarios sobre el oro en Cabo Vírgenes, allá al final del mundo. Decidió viajar a Buenos Aires. En sus tantos recorridos aprendió tantas lenguas como países visitó. Qué mejor carta de presentación que aquel título de ingeniero en minas y el dominio de tantos idiomas aprendidos en esa mundana ciudad a orillas del Plata. Pero como si esto fuera poco bagaje, en su estadía en París y sus posteriores destinos se había convertido en un verdadero hombre de mundo, con una cultura poco frecuente para la época, especialmente en una metrópoli europeizada y cosmopolita como era por esos días Buenos Aires. Popper ostentaba un espíritu joven y emprendedor, una mirada más inquieta aún que sus ojos, gran capacidad combativa y una fuerza que lo mostraba capaz de enfrentar cualquier adversidad. Se sabía poseedor de todas esas dotes y así, bien plantado y seguro de sí mismo, llegó a Buenos Aires para investigar aquello del oro en las desangeladas costas del Atlántico Sur. Corría por entonces 1886 y en la ciudad del Plata se organizaban expediciones, y entre todos aquellos ambiciosos del oro, la palabra de Popper no pasó inadvertida; mucho menos el azul de sus ojos mimetizados con el azul helado del archipiélago fueguino. Mucho había escuchado acerca de esa quimera del oro desatada ya desde una década atrás. En el Cabo, el llamado Zanjón a Pique se había poblado de ambiciosos buscadores y lavadores de oro, algunos de guante blanco y otros que, sin poseer el permiso necesario, igual que los primeros tampoco respetaban las pertenencias del Estado. Por este motivo y por las diferencias limítrofes con Chile, el Gobierno argentino, en 1881, estableció en Ushuaia una sede de la gobernación.
Los llamados lavadores clandestinos de oro ¿según se decía¿ imponían la ley del más fuerte, pero olvidaban que a la larga la ley del más fuerte es siempre la que el Estado impone.
LA LEY DEL MÁS FUERTEVolviendo a don Julio Popper, durante su primer viaje al Cabo pudo observar desde la orilla norte del Estrecho de Magallanes que la formación geológica era similar en ambas costas, y de inmediato supo cómo y dónde establecer un lavadero de oro en gran escala. Luego de gestionar en Buenos Aires el permiso correspondiente, regresó con una expedición conformada por varios hombres, armas, herramientas, provisiones y hasta una máquina de fotografiar. Así llegó hasta la Bahía de San Sebastián, donde pudo percibir que el oro centelleaba dócilmente entre las rocas del acantilado. En 1887 estableció en Buenos Aires una empresa minera: Compañía Lavaderos de Oro del Sur, con la que logró para sí una gran extensión de tierras y pertenencias auríferas. Bien pertrechado, se lanzó a una segunda expedición; los aventureros le brotaron a la par. Pero con el auxilio de unos pocos gendarmes y hombres armados logró mantenerlos a raya. Para tal fin ideó unos falsos jinetes con paja dentro de los uniformes militares y bien sujetos a las monturas de los caballos. Con esos espantajos a modo de guardia pretoriana puso custodia día y noche en el lavadero de El Páramo. Entre tanto, y como si esto fuera poco, escribía notas para los diarios La Nación y La Prensa que generaban encendidos comentarios. Se ganó la simpatía de muchos y el resquemor de tantos otros, con la misma fuerza y pasión en ambos casos. Pero él no se quedaba atrás en ninguna reyerta ni acusación, a las que se enfrentaba con fuerza y de las que disfrutaba ampliamente. Sus diferencias con los que lo denominaban ¿el dictador fueguino¿ aumentaron a partir del momento en que acuñó sus propias monedas. Los franceses Rousson y Williams, con quienes por vía pública y judicial seacusaron mutuamente de bandoleros, manifestaron en el diario La Prensa en el año 1891: ¿No contento con publicar violentas notas y acuñar monedas de curso forzoso en su establecimiento con su efigie, el señor Popper asalta a mano armada a los pobres mineros forzándoles a entregar cuanto poseen¿¿. No cabe duda de que Popper era de provocar emociones fuertes y de acuñarlas como a sus monedas. Además de solicitar represalias legales contra los franceses, Popper escribió a La Nación: ¿Resumiendo los cargos ¿ protesto pues mi imagen en nada se parece al martillo y al picote del minero ¿ que representa diez centigramos de oro, ni es crimen haber acuñado medallas de oro con el producto del dinero de mi explotación cuyo valor se reduce a la ley y al peso de metal que representan y tienen curso no sólo en Tierra del Fuego sino en el mundo¿. Las monedas o medallas en cuestión llevan la inscripción ¿Tierra del Fuego-Popper-1889¿. En cuanto a las estampillas que representaban 10 centigramos de oro, se utilizaban por la imposibilidad de manejar peso tan reducido de oro en polvo y como franqueo de la correspondencia. Pero estas controversias fueron sólo una parte de la vasta historia de Julio Popper. A partir de 1893, se lo puede ver intentando nuevas actividades. Presenta un proyecto para establecer una línea telegráfica desde Viedma hasta el Cabo Vírgenes y desde el Cabo Santo Espíritu hasta el Estrecho de Le Maire, terminando en la Bahía del Buen Suceso, financiado todo con el dinero producido por la venta de tierras fiscales. Por lo que, entre él y las distintas autoridades que se iban renovando en la provincia, las declaraciones públicas y no pocas injurias circulaban con la misma fuerza que las tempestades sureñas. No obstante, Popper nunca cesó en sus controvertidos proyectos, como aquel de solicitar al Gobierno que le fuesen concedidas miles de hectáreas para crear una reserva donde establecer a los onas en las mismas tierras que habían heredado de sus ancestros, y poder educarlos. Popper se creyó dueño de esos lejanos parajes, del oro y hasta de sus pueblos originarios; tal vez por todas estas consideraciones fue tildado de dictador. Murió a los 55 años, el 6 de junio de 1893 en Buenos Aires, cuando su corazón se cansó de dar pelea. El doctor Lucio V. López dijo en su discurso de despedida: ¿Un espíritu inquieto, su combatividad nunca rendida, su existencia ruidosa y violenta, su amor por el desierto y las aventuras lejanas, presentaban su personalidad llena de puntos interrogantes
domingo, 26 de julio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario