“Que el almirante castigue mucho a quien los trate mal…”
Isabel, La Católica,
A punto de partir por segunda vez hacia estos lados, el más mediático de los avizores, o conquistadores del Nuevo Mundo, Cristóbal Colón, se demoró unos momentos para leer un mensaje de Su Majestad, la Reina Isabel. Don Cristóbal se quitó la gorra y se desplomó en su sillón favorito: “Para que los indios amen nuestra religión, se les trate muy bien y amorosamente, -ordenaba la Reina- ¡Que el Almirante castigue mucho a quien los trate mal!”.
Colón arrolló la proclama y la guardó bajo llave en un cofre dentro del mueble de patas altas junto a la ventana. Solo pareció considerar esas palabras de Su Majestad mientras volvía a hacer el moño de la cinta con que la Reina cerró el mensaje. Murmurando alguna cosa volvió a ponerse el gorro, tomó el maletín con sus artículos personales, se despidió de los suyos y, dando un portazo, salió presto a hacerse a la mar, la América en realidad.
Claro que para los hombres de mar que como él llegaban a estas costas esas consideraciones eran apenas un gesto de ternura o piedad de la Reina, hacia los originarios, sensiblería propia del género. Y aunque no se hablaba todavía de las cuestiones de género, seguramente algo sabía porque, testaruda como toda mujer, Isabel volvió sobre el tema y echó al ruedo su Real Cédula, un 20 de junio de 1500:
“Que los indios sean libres y no sujetos a la servidumbre”
Una vez más, no fue escuchada. Por lo menos no en el verdadero espíritu de la cosa. Palabra más palabra menos, había dado la orden de devolver a su lugar de origen a todos los nacidos y criados en esas tierras tan al final del mundo. Entonces, todos sus hombres de mar, igual que Colón, decidieron darle el gusto por lo menos un poquito. Regresaron a los nacidos en ‘las Indias’ a su entorno natural y los pusieron al servicio de los conquistadores que en viajes anteriores se habían apropiado, o instalado, en estas tierras de Dios.
Y si las tierras eran del Dios de los conquistadores, entonces les pertenecía por derecho divino: la tierra y todas las especies que en ella brotaban, nacían, crecían y se desarrollaban. Todo lo que hubiera y pudiese capturarse en sus vastas extensiones, montañas, ríos, lagos y mares: ballenas y tigres, papas y cacao, tiburones y merluzas, hombres y mujeres, por ende: niños, niñas y cualquier otro tipo de mascotas.
La pobre mujer, reina al fin, o viceversa, mucho más no pudo hacer. Poco antes de morir expresó por escrito su última voluntad y los anhelos que venía manifestando desde tan atrás, con la codificación indiana, bajo el título: Del buen tratamiento de los indios.
Por cierto que, con el último suspiro, alcanzó a intuir que habría de pasar a la historia por su buena voluntad y animación. Pero la Soberana, supo poco del desprecio y la maldad de esos hombres, súbditos de Su Majestad afincados en las Indias, para con los nativos. Sin embargo, tampoco y mucho menos pudo siquiera conjeturar la lucha encarnizada que durante medio siglo le tocaría librar a uno de sus propios sacerdotes contra los compatriotas, desobedientes y malvados súbditos de Su Majestad, en defensa de los nacidos y criados en las Indias.
Don Cristóbal e Isabel, la Católica, habían quedado ya muy atrás cuando el dominico don Bartolomé de las Casas, tomaba la defensa de los nacidos y criados en éstas tierras, también de esa otra ‘nueva especie’ engendrada por los conquistadores en las nativas. Los criollos. Don Bartolomé no cesó en su lucha ni lograron amedrentarlo, con sus intereses creados, los que se habían repartido a los nativos como esclavos y procrearon esclavos nuevos en las nativas para saciar sus ansias de poder y riqueza.
La primera batalla de don Bartolomé, después de las denuncias de fray Montecinos y la consiguiente comprobación in situ de las que tomó nota en Santo Domingo y en Cuba, tuvo que afrontarla en el año 1511, en la tan mentada reunión de Burgos. Y así, con toda su sed de justicia desplegó su bandera ante el Papa Pablo III, Fernando de Aragón, Carlos V, aunque venía de luchar contra el Obispo de Darién, los Francisco de Montijo, los Vargas Machuca, los Pánfilo Narváez, etc. y reveló cada una de sus denuncias en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, que tanto influirían en las Leyes Nuevas que en 1542, decretó Carlos V. Cuarenta disposiciones dictadas en Barcelona que, de haberse respetado, hubieran cambiado la historia del mundo.
Sin embargo, cuando esas leyes fueron leídas en las colonias, los encomenderos las recibieron con silbidos y abucheos para, finalmente, levantarse contra el Emperador. Pero el obispo de Chiapa, no se rindió ni abandonó la lucha emprendida contra Gines de Spúlveda. Pero, por aquellos tiempos no se reconoció valor a su empeño y desempeño de don Bartolomé. Apenas si, durante los tempestuosos días de la Revolución Francesa, el Instituto de Francia, en la voz del obispo de Blois, se refirió a Bartolomé de las Casas como “un amigo del género humano”.
Nadie como el dominico de las Casas para testimoniar que las leyes elaboradas por España en la metrópoli, en realidad por la reina Isabel, se desvirtuaban en sus dominios ultramarinos y que esa iba a ser su política durante los tres siglos de poderío imperial. Legado, éste de la traición o la mala interpretación de la ley, que los conquistadores nos heredaron y pasó a ser ‘lo cotidiano’ en la historia de este lado del charco.
Un poco después de cumplirse el Bicentenario de aquel poco respeto de las leyes dictadas por la Reina Isabel, uno de esos nacidos y criados, producto de las primeras generaciones de sangres y patrias entreveradas entre ambos continentes: Don Mariano Moreno, en el primer volumen de su Ensayo Histórico sobre la Revolución de Mayo de 1810, librada entre otros por el mismo, en la Santa María de los Buenos Aires, remarcaba el gran “...abismo, abierto entre el enunciado teórico de la ley y la aplicación de esa ley”.
Pero no fue lo único que escribiría, el Doctor Moreno. Tal vez por lo inasible de las leyes y su práctica, de la manipulación y la fragilidad de las palabras que tanto sufrimos aun, Mariano Moreno decidió que ‘el pueblo merece saber y la Junta de Mayo tiene obligación de informar’. A quince días de la Revolución de Mayo, el 7 de junio de 1810, el mismo Mariano Moreno, fundó la “Gaceta de Buenos Ayres”; los primeros redactores de la Gaceta, fueron justamente Mariano Moreno, Manuel Belgrano y Juan José Castelli, no solo integrantes de la Junta sino los más aguerridos mentores de dicha revolución. Fue el primer periódico de la etapa independista en Argentina, y creado por decreto, algo que hoy, sin dudas no se tomaría como un acto justo y necesario sino arbitrario y antidemocrático. Pero la historia y el presente tienen estas cosas.
Lo cierto es que la Junta de Mayo, se cuestionó: "¿Por qué se han de ocultar a las Provincias sus medidas relativas a solidar su unión, bajo nuevo sistema? -cuestionaba Moreno- ¿Por qué se les ha de tener ignorantes de las noticias prósperas o adversas que manifiesten el sucesivo estado de la Península?... Para el logro de tan justos deseos ha resuelto la Junta que salga a la luz un nuevo periódico semanal, con el título de la Gaceta de Buenos Aires”.
Pero hay algo que no cambia con el tiempo: como suele decirse nada es gratis y por si esto fuera poco –dicen aún- que toda revolución acaba destruyendo y amordazando a quienes la gestaron y la llevaron a cabo. A menos de un año de estos episodios, por desavenencias entre los integrantes de la Junta, Moreno debió partir a Londres, algunos dicen que en comisión otros que en un exilio forzoso. Pero tampoco entonces, lo dejaron avanzar. A la altura de Río de Janeiro, murió envenenado y su cuerpo echado al mar envuelto en la bandera británica.
Una más de las tantas muertes o crímenes no esclarecidos cuya víctima tuvo como destino final el fondo del mar. La noticia de su muerte tardó muchos meses en darse a conocer en Buenos Aires. En el transcurso de esos meses su esposa le escribió diecisiete cartas y una esquela, contándole no solo las penas de amor por su ausencia, sino cada una de las noticias de esos días: que habían allanado su casa secuestrando sus libros y papeles, que hablaban pestes de él y cómo iban desapareciendo de la escena política cada uno de los integrantes de la Junta de Mayo, no solo sus amigos sino sus propios enemigos…Pero las cartas, le fueron devueltas sin ser leídas por Moreno. Así, sin abrir, cuando le fueron entregadas junto a la noticia de la muerte de su esposo, Lupe las guardó por años en un cajón.
Desde aquellos días de 1811, y seguramente desde mucho más allá del emblemático Bicentenario que conmemoramos, igual a un perro que da vueltas persiguiéndose la cola, en el Centro y el Sur de América la historia se repite en cada uno de los hombres y las mujeres que la conformamos, especialmente en el intento de mantener, en realidad ‘recuperar’, la libertad, el derecho a la tierra y al trabajo. Tal como la Reina Isabel, rondando el 1500, reclamó a los conquistadores hasta el cansancio, hasta el día de su muerte: “Que los indios sean libres y no sujetos a la servidumbre”- dijo y escribió la Reina- pero si aun no se ha logrado cumplir con sus deseos con respecto a los ‘indios’, como ella les mencionaba, qué podemos esperar y nos queda por hacer a los criollos, que ni siquiera fuimos tenidos en cuenta en su discurso ni sus escritos. Puede que por lo menos intentar, al fin, equiparar el espíritu y el contenido de las leyes a su puesta en práctica; el espíritu y el contenido de las palabras que una vez más serán enarboladas para conmemorar el Bicentenario de las llamadas Independencias americanas, y su puesta en práctica.
domingo, 26 de julio de 2009
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