El mártir de Olta
Tierra de Caudillos
Una tarde en La Rioja, durante la primera década del siglo XIX, el joven Peñaloza descansaba de las tareas que su padre le había encomendado mientras rasgaba unos acordes de guitarra. De pronto vio aparecer en el cuadro de su ventana el perfil de don Juan Facundo Quiroga. Dejó la música y se asomó. Pudo ver, a escasos metros, que el caudillo se quitaba el barro de las botas con golpecitos de fusta mientras conversaba con sus hombres, que le sostenían la mirada con una admiración no exenta de miedo; pudo ver aún que al tiempo que uno de los gauchos inspeccionaba los cascos de su caballo, Quiroga trazaba con la fusta unas líneas en el suelo y un círculo; hasta habría podido jurar que minutos antes de montar su corcel, don Juan Facundo le dirigió una de sus miradas vertiginosas. Por lo menos, de ese modo creyó percibirlo y así lo manifestó a sus padres: ¿Quiroga miró hacia la ventana¿ Quiroga se me quedó mirando.
Desde aquella tarde, Ángel Vicente ¿El Chacho¿ Peñaloza, que había nacido en el año 1798 en el seno de una familia tradicional de Guaja, soñó pertenecer a las montoneras de Quiroga. No sabía que le estaba destinado ser el gran hombre de Quiroga; cómo imaginar que una vez muerto, el gran caudillo iba a continuarse en él y que a través de él seguiría combatiendo. Aunque no podía imaginarlo, el joven Peñaloza se enfrentó a su familia que, sin dar total conformidad, bien pronto lo vio partir hacia el monte con la decisión de ser un hombre de El Tigre de los Llanos.
A SUS ÓRDENES
Hacia 1817, El Chacho ya integraba la caballería llanista en Copiapó, donde los riojanos se destacaron, y se ganó además la distinción con que San Martín premió a los vencedores de Chacabuco. A partir de 1820 y durante toda la campaña de Quiroga combatió a su lado no sólo por lealtad al caudillo y al terruño en el que ambos habían nacido, sobre todo por lealtad a la vida campesina, que Peñaloza no abandonó ni siquiera cuando alcanzó la comandancia en jefe de la Circunscripción Militar Noroeste (provincias de La Rioja y Catamarca). Tampoco abandonaría los objetivos de Quiroga y los propios, de impedir que todos los pueblos considerados ¿del interior del país¿ continuaran bajo el arbitrio de Buenos Aires, para lo cualal general Peñaloza hasta le tocaría enfrentarse al final de sus días con el mismito general Mitre.
Pese a la afamada trayectoria que ostentaba El Tigre de los Llanos, en el momento en que el muchacho de blonda cabeza y ojos color cielo decidiera convertirse en caudillo, Quiroga era apenas diez años mayor que Peñaloza. Había nacido en San Juan de las Manos, en 1788. A la edad de 16 años, su padre, don José Prudencio Quiroga, le había encomendado la conducción de sus arreos y a los 20 la administración de los bienes familiares. Tanta responsabilidad perdió vigencia ante su pasión por el juego, que lo llevó a perder fuertes sumas del dinero encomendado. En medio del conflicto familiar optó por alistarse en las tropas de Manuel Corvalán, comandante de la frontera sur de Mendoza, con rumbo a Buenos Aires, donde fue destinado al Regimiento de Granaderos a Caballo.Aquéllos fueron sus comienzos.
POSTA DE CAUDILLOS
Para cuando Peñaloza logró unirse a las huestes del caudillo, Quiroga ya había recibido el reconocimiento de Pueyrredón como ¿Benemérito de la Patria¿; y por haber derrotado en San Luis una conspiración de los jefes españoles ya vencidos en las luchas por la independencia, fue premiado con una medalla de plata decretada por el Congreso como reconocimiento a todos los leales combatientes durante aquella sublevación. Exactamente por esos tiempos de reconocimiento es cuando El Chacho acaba por sumarse definitivamente a Quiroga. En 1825, cuando llegó a Buenos Aires, Rivadavia, que había fundado en Londres la River Plate Mining Association que dominaba la explotación de las minas de La Rioja, esta provincia, con Quiroga y Peñaloza entre muchos otros, se pronunció contra Rivadavia y el Congreso. La historia daría entonces un nuevo viraje, pero cada uno de esos encontronazos históricos los halló luchando codo a codo. En la batalla de El Tala, en 1826, Peñaloza recibió el primer golpe de lanza que lo hirió gravemente, sin embargo no tardó en volver a la lucha. Como jefe de caballería de Facundo, fue uno de los que dio doce cargas sucesivas a la infantería de Paz, en La Tablada, arrebatándole sus piezas de artillería. Quiroga no deseaba esta guerra. En el 30, escribe una carta al general Paz proponiéndole la organización nacional, no obstante al mes siguiente ambos caudillos vuelven a enfrentarlo en Oncativo. Quiroga es recibido triunfalmente en Buenos Aires y dos años después será nombrado director de Guerra en Mendoza y San Luis. Pero la historia nunca se queda quieta. Mal o bien las cosas cambian y nadie escapa a su destino. A los cinco años de esos reconocimientos, una patrulla comandada por Santos Pérez asesina a Quiroga en Barranca Yaco. Toca entonces a Peñaloza tomar la posta de El Tigre de los Llanos y también fue de la partida cuando su amigo el general Tomás Brizuela comandaba la jefatura militar de la Liga del Norte, contra don Juan Manuel de Rosas. Pero nada sería sencillo para El Chacho. Después de Rodeo del Medio tuvo que asilarse en Chile.
Con el pronunciamiento de Justo José de Urquiza, Peñaloza se incorporó al Ejército Grande y participó de la batalla de Caseros.
Igual que Quiroga, alcanzó el reconocimiento del gobierno de Buenos Aires. Urquiza, con acuerdo del Senado y sello del Escudo Nacional, lo nombró general de la Confederación Argentina. Y el presidente Derqui, en 1861, lo designó interventor federal de La Rioja; como tal, arrestó al gobernador, puso en funcionamiento la Legislatura y supervisó las elecciones. Pese al reconocimiento de Buenos Aires, la muerte de Quiroga, para El Chacho, fue no sólo un golpe difícil de superar sino una advertencia. Aunque estaba claro que no luchaba solo, lo acompañaba el recuerdo de esos días, con sus noches, compartiendo con Quiroga y los gauchos tanto las batallas como esas largas conversaciones bajo la luna. Esto no era todo. Además estaba Victoria que, como él, tampoco se amedrentaba ante nadie; Victoria Romero, la que se ganó un espacio al lado de su hombre y en la historia como La Chacha.
ESA MUJER
Victoria, esposa de don Ángel Vicente Peñaloza, llevaba el rostro cubierto por un velo desde 1842, cuando en la batalla del Manantial se interpuso entre su marido y aquel federal que traía la intención de atravesar el corazón del jefe de las montoneras y en cambio sólo alcanzó a desfigurarle la cara a su mujer, abriéndole un tajo desde la frente hasta la boca. Pero cómo podía imaginar ese hombre que el gaucho montonero al que abrió la cara de un sablazo era una mujer ¿con una decisión que habría honrado a cualquier guerrero¿, según dijera José Hernández. Cómo podría saberlo si apenas echó al aire aquel golpe que dio de pleno en la cara de Victoria, al hombre le estalló en el pecho su propia sangre y aquel grito, por un sablazo del capitán Ibáñez. Sea como fuere, lo cierto es que desde aquel día La Chacha anduvo con el rostro cubierto por un velo. Nunca dejó de ser igual de valiente y porfiada que El Chacho, nunca abandonó la lucha porque estaban en juego tanto la vida de su hombre como su propia convicción patriótica.
No, el general Peñaloza nunca estuvo solo. Cabalgaba al amparo de la sombra de Quiroga, la lealtad de sus hombres y la entereza de su mujer. Victoria también estuvo a su lado cuando el teniente coronel uruguayo Sandes, derrotó a las fuerzas montoneras en Loma Blanca y degolló a unos doscientos hombres, cuyos cadáveres quemó en una pira. Y estuvo presente cuando Sandes se lanzó tras ellos buscando más sangre. Algunos gauchos que entretenían a Sandes, mientras El Chacho y Victoria lograban avanzar hacia los Llanos, fueron alcanzados en Caucete, provincia de San Juan. Así como Quiroga, según Borges, creyendo alejarse de la muerte marchaba en coche hacia sus brazos, Ángel Peñaloza y Victoria cabalgaban rumbo a su destino. Al llegar a Loma Blanca fueron capturados por el mayor Pablo Irrazábal. Y fue en Olta, en presencia de Victoria, donde don Ángel Peñaloza fuera degollado por Irrazábal. Su cabeza fue exhibida en una pica en medio de la plaza por varios días ante los ojos azorados de los vecinos que oraban en silencio por la suerte de Peñaloza y por su propia suerte.
Al mismo tiempo, en algún cielo apenas lejano, Quiroga y El Chacho ya no vivían pero seguramente iban con sus sueños intactos y con esa vaga sensación del deber cumplido mientras se pudo.
domingo, 26 de julio de 2009
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