El Coquena Toda leyenda guarda una moraleja o advertencia y todo mito nace cuando el personaje acaba de morir. En cuanto a Coquena la cosa va más allá, o más acá, según se vea. Coquena se venga –te lo digo yo /¿No viste en las mansas pupilas obscuras/brillar la serena mirada del dios?, reflexiona Juan Carlos Dávalos en uno de sus poemas.– ¿Tú viste a Coquena? –Yo nunca lo vide, pero sí mi agüelo.
En realidad muy pocos lo han visto; lo han imaginado y recreado con cada versión. El Mago Coquena, legendario diaguita-calchaquí, hijo de la Pachamama, ajeno a toda definición literaria, sigue deambulando a sus anchas por la Puna y la Quebrada enfrentando a todo cazador de vicuñas. Es similar a esos duendes que los irlandeses llaman Pixie, que ofrecen protección y premio a quienes se porten bien, y dicen que la venganza de Coquena es cosa de temer.
Puede que estos personajes legendarios de nuestra tierra no sean reales, por lo menos no en ese campo que alcanza nuestra mirada, pero que los hay los hay. Cómo saber de dónde proviene el cuento. Lo importante es que Coquena es hoy un duende ecologista, custodio de los rebaños de vicuñas, llamas y todo aquel o aquello que por la zona trate de sobrevivir a los embates de la naturaleza humana. Coquena es oculto, celoso pastor; / si ves a lo lejos moverse las tropas,/ es porque invisible las arrea el dios; no Dios sino “un dios” –según considera Dávalos al duende– que premia o castiga y cuando premia, debe mantenerse en secreto: el premiado no tiene que contar a nadie que ha sido favorecido por él. Sin embargo, tal vez el móvil que lleva a obedecer a Coquena no es tanto el premio como el temor al castigo.
Los que más lo enojan son los que cazan con armas de fuego, los que depredan sin verdadera necesidad de comida o de abrigo. Grande es el respeto que impone esa mirada que en cada rincón de la Puna todo lo ve; y será esa mirada nomás, pues por mentas de los que dicen haberlo visto, Coquena es apenas un duende de barba blanca, vestido con ropa de lana de vicuña y pantaloncito del barracán que paciente y amorosamente tejen las hilanderas en sus telares de palo; cuentan que calza ojotas con clavos de plata del Potosí y que cambia de poncho durante cada carnaval, enterrando el viejo en el lugar donde guarda sus tesoros –que son parte del tesoro de los incas del que también es custodio, junto con las llamas y vicuñas–.Menuda tarea la del pobre Coquena en su andar por la Puna y los alrededores cuidándolo todo y tratando de no ser visto. Suerte que, por un motivo u otro, siempre acuden en su ayuda los poetas y juglares que refuerzan su mirada implacable. No caces vicuñas con armas de fuego –continúa don Juan Carlos–, (…) ¿por qué no pillarlas a la usanza vieja,/cercando la hoyada con hilo punzó?/¿Para qué matarlas, si sólo codicias/para tus vestidos el fino vellón? Lo cierto es que la presencia de Coquena es muy atinada: leyenda, mito, duende, gnomo o enano, cumple a conciencia su tarea ecologista. Claro que, como todo guardián, algo de humano carga, pues no sólo pone condiciones sino que exige contribución. Pero qué puede afectar a los cazadores ofrendar unas hojas de coca, alguna empanadita o vino cafayateño a quien se esfuerza por mantener ese equilibrio o conciliación entre lo humano y lo animal, para que vicuñas y llamas puedan andar libremente y brindarnos la suavidad de sus vellones.
domingo, 26 de julio de 2009
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